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jueves, 1 de octubre de 2009

Capítulo 0: La Llave de la hoja de Magnolio

Sin más dilación, aquí os dejo el primer capítulo de Crónicas de Shen. ¡Qué lo disfruteis!


LA LLAVE DE LA HOJA DE MAGNOLIO


Se sentó en la mecedora con aire ausente. La taza de te caliente había terminado por enfriarse en su mano apergaminada. El silencio, su amigo infatigable se veía interrumpido por el rumor del bosque, cuyas sombra se proyectaba en la superficie del lago. El valle, una larga planicie entre montañas nevadas y pobladas de abetos se había convertido en su hogar muchas décadas atrás. Ella y la casa avanzaban a la vez, iban envejeciendo a la vez y sintió que un enorme pesar, mezclado con retazos de soledad y nostalgia, se filtraban en su corazón cansado en aquella hora tan oscura.
Una cortina se movió, dejando ver algunas vigas de madera del porche. Los rezados plateados de la luna minaban levemente la negrura de aquella velada que se le antojaba siniestra. Una sensación de malestar se había anclado en su pecho desde hacía varias semanas y sabía que algo terrible estaba a punto de suceder. Se acarició el colgante de plata en forma de hoja de magnolio y lo apretó con fuerza hacia su cuello. La hoja vibraba bajo su mano trémula. Emanaba un susurro audible que sólo ella, como la guardián era capaz de oír. Su menaje, inmemorial, ancestral pero mortal se hacía más apremiante con cada hora transcurrida. Cerró los ojos y sintió como el ardor del miedo y la nefasta premonición acudían a sus órbitas.
Algo horrible estaba a punto de ocurrir. Y por aquella razón se hallaba ahora sentada en su antigua mecedora, esperando que sonara el timbre. Esperando al hombre que sin duda aquella noche iba a hacerle una visita. Una visita que había estado esperando hacía mucho tiempo. Y el tiempo se había terminado.
Danssat, pensó. O quizás había sido el susurro del colgante. Todo es Danssat.
Una corriente de aire se filtró desde el exterior y segundos después el timbre sonó. Se levantó con gran esfuerzo y caminó a paso lento hasta la puerta. Bata azul y zapatillas del mismo color acrecentaban su aspecto anciano. Pero sobretodo era su mirada. Eléctrica y llena de vida en el pasado, se había transformado en una sombra de lo que fue, en un peso terriblemente oscuro por conocer el secreto que un día el hombre que aguardaba tras la puerta le confió, sentenciando su futuro. Hoy volvía a él y sin lugar a dudas no iba a liberarle de aquella carga.
La puerta rezongó, crepitando en los goznes con sonidos metálicos y el aire gélido del invierno le azotó la cara. El hombre, bañado por la luz de la luna se recortó contra el porche, sonriendo como la primera vez que se presentó. Sin duda los años también había pasado para él, compartiendo aquella carga que un día le cedió. El secreto de la llave y de El Eje no podía recaer sobre una misma persona durante mucho tiempo. Era demasiado peligroso.
- Buenas noches Amún – saludó ella invitándole a entrar.
- Corren malos tiempos para que las noches sean buenas, querida Mena, pero a pesar de todo, te deseo de corazón que así sean las tuyas.
El hombre, se levantó los bajos de una túnica gris que vestían su corpulento cuerpo y se adentró en la cabaña. La anciana cerró la puerta y le hizo un ademán con la mano para que entrara en el salón y se sentara. Amún se aposentó en un modesto sofá color crema y la sonrió con pesar.
- Sin duda esperabas mi visita pues no te has sorprendido.
Ella se mantuvo en silencio y el asintió levemente. La mujer se sentó frente a él, en la mecedora y estuvieron varios segundos mirándose en completo silencio. El aire silbaba fuera de forma amenazadora, imbuyendo aquella reunión en una atmosfera algo opresiva. Mena se asió de nuevo el colgante y le miró, confirmándole que la hoja de magnolio estaba a buen recaudo.
- ¿Cómo está Adriel? – inquirió ella rompiendo aquel silencio.
- Bien. Es una estupenda aprendiza. Hubiera tenido un gran futuro como…
Amún le dirigió una mirada intensa cargada de aprensión. Mena comprendió que su frase quedara en el aire. Pues el futuro de su pupila como conocedora de artes extrasensoriales podía verse truncado en cualquier momento. Su futuro y el de todos los humanos.
- ¿Quieres tomar algo? ¿Un te caliente?
El hombre, que parecía haber envejecido años en cuestión de segundos, le agradeció tanto el te como que cambiaran de tema.
Mena se levantó, resuelta, reforzada de un valor extraño e inexplicable. Quizás debido a su capacidad innata de tomar las riendas de una vida con bastantes tintes amargos, por haber criado a una hija rebelde y a dos nietos, dejados a su suerte, olvidados por su propia hija.
- ¿Cómo has llegado? – le preguntó mientras servía el brebaje humeante en una taza y se rellenaba la suya -. No he visto ningún vehículo convencional. Presentarte de otra forma no augura nada bueno, aunque reconozco que te esperaba hace ya tiempo.
Amún se mantuvo en silencio, observando el salón. Los cuadros, las cortinas, el televisor descansando sobre el mueble de roble. Era un hombre intrigante. La primera vez que le vio, pensó que no era de aquel mundo. Su atuendo largo e impoluto, la misma túnica gris, la cabellera blanca recogida en un moño, los ojos claros, tan blancos como la nieve parecían escrutarte minuciosamente hasta atravesar tu alma. Y Mena sabía de su capacidad para escuchar los pensamientos.
- Siento haber postergado tanto mi visita, pero el mundo cambia deprisa y las brechas producidas por El Eje en este mundo y los demás se hacen más fuertes. De hecho vengo directamente desde Guatemala. Allí se ha abierto una grieta y han pasado algunas criaturas de Portal. Hemos podido contener la brecha, pero habrá más, muchas más.
Mena escuchó aquellas palabras con gran aprensión. La preocupación surcaba ambos rostros. La salita se sumió de nuevo en un silencio intenso, cargado de retazos de una emotividad perdida, de un amor fugaz pero imposible debido al peso y la responsabilidad que ambos llevaban sobre sus espaldas. La anciana intentó despejar su mente, a sabiendas de que Amún estaba oteando su mente. Él se percató de ello y bajó la mirada algo avergonzado.
- ¿Sabes algo de Dayane? – terció el hombre.
La mujer suspiró y a sus ojos acudió una mirada severa y llena de recriminaciones.
- Mi hija se marchó dejando a sus hijos sin explicación alguna. Ni una nota, ni una llamada en todos aquellos años que tuve que cuidar de ellos. Ni si quiera cuando Joseph…
Mena ahogó sus palabras en un llanto silencioso y lágrimas densas cargadas de intensa tristeza. Amún se le acercó y se arrodilló frente a ella, haciendo oscilar su túnica. Le levantó la barbilla hasta que sus ojos se encontraron.
- Mantén la esperanza. Sabes que es posible que siga vivo. Puede que Joseph no se ahogara en el lago.
La mujer negó con la cabeza sorbiendo por la nariz, apretando el colgante entre sus manos.
- La muerte también es una puerta a otros mundos, mi muy querida Mena. Es posible que esté vivo. Nuestros destinos, están unidos por El Eje y nada sucede por azar. Todo está conectado. Tienes que ser fuerte y mantener la esperanza.
La mujer se limpió las lágrimas con un pañuelo de papel e intentó serenarse. Luego como si algo hubiese acudido a su mente, le miró con intensidad. Amún volvió a sentarse, esperando la pregunta.
- ¿Por qué me has preguntado por Dayane? Tú más que nadie sabe donde puede estar y que está haciendo. ¿Qué te ha revelado tu bola de cristal? – inquirió con resentimiento.
- Mucho me temo que mi visita no trae más que malas noticias – hizo una pausa para elegir bien sus palabras -. Sabes que hay varias fuerzas que intentar corromper el Eje y así destruir el equilibrio de los mundos. Si eso llega a suceder el caos reinara sobre la faz de la Tierra.
- Amún, contesta a mi pregunta – exigió la mujer.
- Mena, no estoy seguro, pero es posible que Dayane se haya unido a esas fuerzas corruptoras. No tengo pruebas ni puedo decirte como lo se, pero es precisamente por esa conexión con El Eje. Tu y yo estábamos destinados a encontrarnos – y sus palabras se infundaron de ternura – y tu nieto quizás tuvo que morir para pasar a uno de los otros mundos donde deba realizar una tarea crucial, para bien o para mal. Tu hija, puede que fluctúe en esa ola de asincronía del destino. Y el corazón me dice que de algún modo se ha unido o se unirá a los corruptores.
Amún dejó de hablar, esperando que Mena asimilara la información que acababa de darle. Ella, miraba ahora a través de una ventana y el hombre sintió que su corazón se desgarraba una vez más. Los ojos de la anciana se habían vuelto oscuros y observaban a través de un abismo de soledad. Luego, como si volviera de su infierno personal, se enfrentó a los ojos de él.
- ¿Para eso has venido? ¿Para decirme que la mujer que abandonó a sus hijos es una mala mujer? La verdad, Amún es que llevó la carga de la llave durante demasiado tiempo y he olvidado lo que es tener una hija. Sólo temo por la seguridad de mi nieta y he cumplido con mi deber de proteger esta llave durante todos estos años. Así que dime ¿para que has venido?
Amún se levantó de nuevo y se acercó a la ventana por la que hacía unos instantes había estado mirando Mena. Se sumió en sus pensamientos, recordando tiempos felices, donde el equilibrio mantenía todo en orden. Donde los mundos no amenazaban con destruirse y la torre que los sostenía, ese eje misterioso del que poco sabían, se alzaba imperturbable, girando en uno de aquellos mundos como señal de paz. Pensó en la mujer que tenía a sus espaldas, sentada en una mecedora tan vieja y destartalada como ellos, en el amor efímero que les unió en su día y el amor que la profesaba todavía en secreto. Rememoró sus días de aprendiz de vidente y su ingenuidad propia de la felicidad que transmite la ignorancia. Todo era tan distinto ahora. El caos avanzaba con su mano negra hacia ellos, acercándose más cada día, aproximándose al Eje para destruir lo que un día se forjó para mantener su mundo y los otros a salvo. Pensó en Adriel y sus capacidades, tenía mucho que enseñarle aún. Recordó al joven Joseph correteando por aquella casa las veces que venía a ver a Mena. Y pensó en Alice, la otra nieta de aquella anciana. La joven sobre la que recaía un peso tan enorme que jamás hubiera imaginado. La nieta de aquella mujer era la esperanza para todos. Era la única que podía salvarles. Ella era la razón por la que había vuelto a aquella casa. Ella y quizás la necesidad de verse cobijado bajo los recuerdos de un tiempo en el que fue feliz.
Se giró y buscó los ojos de Mena, luchando por mantener la entereza de su corazón cansado. Escrutó su mente una vez más y tan sólo halló soledad. Una soledad que recorrió su propio cuerpo. Nada quedaba en el corazón de aquella mujer. No había sitio en su corazón para él. Tan sólo la esperanza de vivir lo suficiente como para abrazar a su nieta. Después de eso solo ansiaba morir en soledad y en paz.
Amún apretó los ojos con fuerza, creyendo que se desplomaría frente a la anciana, pero pensó que no podía ser egoista. Que no debía pensar en sí mismo, si no en la responsabilidad que un día le obligó a alejarse de aquella mujer y en el insignificante sacrificio de su vida para un bien mayor. Para luchar hasta el final en aquella guerra que el caos le estaba declarando al mundo. Al fin se armó de valor y la miró directamente a los ojos, dejando de lado sus sentimientos.
- Mena he venido a advertirte – susurró.
Ella le miró sin entender.
- ¿Qué quieres decir?
- Alice corre un grave peligro.
Mena se levantó, como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Se acercó con la rapidez impropia de una anciana a Amún y le agarró de la túnica con fuerza hasta que sus nudillos rugosos se pusieron blancos. La barbilla le temblaba y una capa acuosa había cubierto de nuevo sus brillantes y pequeños ojos.
- ¿Qué quieres decir? – repitió.
- Sabes muy bien que el cargo de guardián que ostentas en este momento se acerca a su fin. Otro debe relevarte para poner la llave a salvo.
Mena hizo un gesto de impaciencia. Sus mejillas se habían vuelto cetrinas, confiriéndole un aspecto más deteriorado, surcado por arrugas en zonas de su rostro que antes no había visto.
- No te andes por las ramas. ¿Qué pasa con Alice?
- Mis visiones no son fiables al cien por cien, pero Alice es quien debe relevarte del cargo. Ella es quien debe guardar la llave.
Mena le soltó y se llevó las manos al colgante. Sintió un gran pesar al pensar que Alice debería sacrificar su vida para guardar aquella maldita llave que había acabado por consumir a cada guardián desde tiempos inmemoriales.
- Eso no es todo…
Ella le miró con severidad. Amún percibió su rabia intensamente. Una rabía que iba dirigida tanto a él como al Eje, y a todas las fuerzas que luchaban por hacerse con él. Leyó y sintió como su mente y corazón se cargaban de una ira incontenible. Primero había sido su hija, luego su nieto y ahora la única que le quedaba debía cargar con aquel secreto. Y por si fuera poco él, le decía que aquello no era todo. Amún aguardó, comprendiendo como se sentía. Él era el causante de la desgracia de aquella mujer. Se arrepintió de haberle pedido que guardara aquella llave tanto tiempo atrás. ¿Quién era él para arrebatarle la vida a nadie de esa manera? ¿Quién le había conferido el título de juez? ¿De hacer y deshacer a su antojo y cargar de responsabilidades a nadie? Se sintió avergonzado de sí mismo. Había sido un hipócrita y un egoísta. Le confió su mayor secreto a la mujer que amaba, ¿por qué? ¿Para que su peso cayera después sobre ella? ¿Para compartir una carga que él solo no podía soportar?
- Eso no es todo – repitió ella entre dientes - ¿Qué más puede pasar, Amun? ¿Qué más? ¿Qué es lo que has visto?
- Alice… - inspiró profundamente – Alice corre peligro. Uno de los corruptores de El Eje cree que ella tiene en su poder la llave. Ella, no sabe nada y es posible que la envíen a través de una puerta sin retorno.
Mena se llevó una mano a la boca, conteniendo un grito.
- Pero no todo está perdido. Ya te he dicho que mis visiones no son del todo fiables. Sólo veo posibles caminos del futuro a seguir. Se alteran dependiendo de las decisiones que tomamos.
Mena había dejado de escucharle. Se sentó en una silla y se cubrió el rostro con las manos. Amún se sentó frente a ella, separados por una pequeña mesa de madera y le acarició los brazos.
- Mena, escúchame. Alice debe conseguir esta llave. Ella es la única que puede utilizarla, pues se acerca el momento de abrir la puerta que corresponde a la cerradura de la hoja de magnolio. Pero no puede hacerlo sola. Un chico está atado a su mismo destino. Un joven irlandés. Juntos deberán cruzar la puerta al mundo donde aguarda El Eje. Ambos deben hacerlo. No alcanzo a saber por que motivo ni como, pero así debe ser.
Mena que se hallaba encorvada, apoyada sobre la mesa, se irguió de repente.
- Dices que Alice y ese chico deben abrir la puerta que cierra esta llave.
Amún asintió.
- Entonces, ¿es posible que Alice no sea enviada a través de una puerta sin retorno? Si has visto que abren la puerta de la hoja de magnolio, ¿es posible que no la envíen a uno de esos lugares horribles de los que me has hablados que encierran las puertas sin retorno?
Amún dudó.
- No estoy seguro. He visto las dos cosas. Como te he dicho mis visiones no son fiables del todo.
Ambos se sumieron en un silencio confuso en el que deambularon en sus pensamientos intentando encontrar un sentido a las visiones de Amún.
- Tenemos que estar preparados, Mena. Tenemos que permanecer alerta. He venida para pedirte este último favor. Que guardes la llave un poco más.
- ¿Podemos evitar que Alice vaya a ese lugar?
- ¿A Tresmos? Ese es lugar que indica mi visión. Creo que no depende de nosotros.
Mena, desencajó el rostro en una mueca de terror.
- Pero, no consigo comprenderlo – dijo en un tono agudo y entrecortado -. ¿Cómo conseguirá esta llave? ¿Cómo podrá llegar hasta ella?
- Jason vendrá. El chico irlandés vendrá a buscarla. Pero debes tener cuidado. Otros ansían la llave y son capaces de cualquier cosa para conseguirla.
Mena asintió con firmeza. Su rostro se había recompuesto, haciendo gala de esa fuerza innata que un día fue decisivo para que Amún le cediera la llave de la hoja de magnolio.
- ¿Cómo sabre que es él?
- Protegí esta casa cuando estuve aquí la última vez. Nadie más puede cruzar el circulo de ceniza que tracé a su alrededor. Si no me equivoco, él será el único que consiga atravesarlo.
Mena hizo ademán de preguntar, pero luego pareció comprender algo que se le había escapado.
- Danssat. Todo es Danssat.
Amún asintió y sonrió con cierto pesar. Luego se mantuvieron en silencio. Dos figuras silentes en la estancia de un salón en una cabaña ajena al mundo. Después el hombre se levantó y cogió las manos de la mujer entre las suyas. Ella se levantó y le miró con una mezcla de ansiedad, tristeza y esperanza.
- Lo siento, Mena. Siento que las cosas hayan sido de este modo. Ojala pudiera cambiar el pasado. Ojalá nunca te hubiera dado esa llave.
Ella sostuvo su mirada, ahora fría y oscura.
- No puedes cambiar el pasado – y tras un silencio añadió -. Cumpliré lo que me pides.
Él se acercó más hacia ella, pero Mena le volvió la cara.
- Vete, Amún. Vete y no vuelvas.
La anciana se soltó de sus manos y le dio la espalda apoyándose en la mesa. El aguardó unos instantes, azotado por una pena inconmensurable. Luego se atusó la túnica y salió del salón.
- Adiós, mi querida Mena. Cuídate. – Le escuchó decir en el pasillo.
La puerta de la entrada se cerró de golpe. Segundos después, la anciana rompió a llorar.